
Me dije que yo no me iría así de este mundo idiota. Mi muerte sería elegida. Yo decidiría cuando y como desaparecer. Pensé que necesitaba hacerlo en un entorno estéticamente adecuado, sin médicos vacunados contra el dolor, sin máquinas ni goteros ni agujas, sin enfermeras envueltas en un patético e hipócrita aire de familiaridad, sin ese olor repulsivo que envuelve todos los hospitales del mundo. Me rodearía de mi música favorita, de un buen vino, en un escenario amable y acogedor. Quizás eligiera una bonita casa en el campo, como aquella a la que fui con Tina poco antes de que nos separásemos. Recordé el olor a jazmín en el patio, a dama de noche, bajo un cielo estrellado, con el rumor del río acariciando mis oídos hastiados de mundo. Así sería mi muerte. Como un elefante malherido me retiraría discretamente para desaparecer sin estridencias, sin causar molestias innecesarias. Solo, voluntariamente solo, caminaría feliz hacia el fin de mi existencia en este mundo estúpido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario