
Dejo a mamá sentada, llorosa. Me escondo en un recoveco junto a un ventanal. Observo que amanece, aunque está prohibido enciendo un cigarrillo, el humo rasga mi esófago, entra en mis pulmones, alivia momentáneamente la tensión. Amanece en la capital de los cuartos oscuros. La Bahía me enseña sus aguas tranquilas. Los coches se apelotonan sobre el puente. Es el día de los Hospitales, la noche de la ansiedad, el amanecer de los resucitados, de los reclamados, en el último segundo, por el Dios que ama el dolor sobre todas las cosas, por el inhumano Dios que reparte sufrimiento y muerte entre los hombres. La bondad divina no existe, son solo seis letras, el número del diablo.
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