
Salgo. Se cierra una puerta, me recibe un amanecer tibio. Ando hasta el puerto. El mar no se agita. Pienso que es extraño porque definitivamente el viento ha cambiado a levante y todo está envuelto en una densa y húmeda nube gris. No hay gaviotas, no se escucha su chirriante cantinela. Tampoco hay gente en las calles, no he visto movimiento en el mercado, quizás sea domingo o quizás es que la ciudad se ha muerto al fin.
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